Artwork: "Celebration" by John August Swanson, 2003

Artwork: "Celebration" by John August Swanson, 2003

Published on
October 1, 2025

El Salmo 15 es un llamado a adorar a Dios con integridad y justicia en nuestras relaciones con el prójimo. En la medida en que, diariamente, vivimos nuestras relaciones sociales con acciones de justicia y respeto hacia nuestros semejantes, nuestro culto es aceptable al Señor. 

Salmo 15 

Salmo de David 

 

¿Quién, Señor, puede habitar en tu santuario? 

¿Quién puede vivir en tu santo monte? 

 

Sólo el de conducta intachable, 

que practica la justicia 

y de corazón dice la verdad; 

que no calumnia con la lengua, 

que no le hace mal a su prójimo 

ni le acarrea desgracias a su vecino; 

que desprecia al que Dios reprueba, 

pero honra al que teme al Señor; 

que cumple lo prometido 

aunque salga perjudicado; 

que presta dinero sin ánimo de lucro, 

y no acepta sobornos que afecten al inocente. 

 

El que así actúa no caerá jamás (Salmo 15:1-5). 

Este Salmo fue escrito en un contexto en el que los israelitas cayeron ante la tentación de suplir la falta de justicia en sus relaciones con el prójimo con un culto exuberante. Es más fácil cumplir con los requisitos religiosos de la adoración que vivir responsablemente nuestras relaciones con el prójimo. Es más fácil “amar a Dios” que al prójimo. 

Ante tal situación, el Salmo pone de realce la responsabilidad social que tenemos y el hecho de que, sin ella, el culto no es aceptado por Dios. Los profetas denunciaron esa religiosidad superficial del pueblo y lo llamaron a una vida de congruencia ética como requisito indispensable para que Dios se agrade de su culto.  

En ese sentido, el Salmo 15 es un llamado profético a ofrecer a Dios un culto íntegro, respaldado por una vida ética que le agrade. Su actualidad es indiscutible. 

El Salmo 15 tiene una estructura litúrgica notable. Uno puede imaginar a un grupo de peregrinos que llega a las puertas del templo y hace una pregunta: “¿Quién, Señor, puede habitar en tu santuario? ¿Quién puede vivir en tu santo monte?” (Salmo 15:1).

La pregunta indica que el peregrino es un extranjero que busca hospitalidad, como Abraham en la tierra de Canaán (Lv 25:23), un tema recurrente en el Antiguo y Nuevo Testamento (1 Pe 2:11). Es un reconocimiento tácito de quien se sabe ajeno al santuario y busca refugio en él, de quien espera morar en la presencia de Dios permanentemente.  

La segunda línea, o pregunta, da un paso más y expresa el deseo de vivir permanentemente en la casa de Dios, en el monte de Sión, lugar del templo y símbolo de la Iglesia. Como dice Hebreos 12:22: “Ustedes se han acercado al monte Sión, a la Jerusalén celestial, a la ciudad del Dios viviente”.  

El levita o sacerdote los recibe en la entrada del templo y responde a la pregunta con un decálogo de requisitos; todos ellos señalan claramente las prácticas morales en la vida social: 

Sólo el de conducta intachable, que practica la justicia 

y de corazón dice la verdad; que no calumnia con la lengua, 

que no le hace mal a su prójimo 

ni le acarrea desgracias a su vecino; 

que desprecia al que Dios reprueba, 

pero honra al que teme al Señor; 

que cumple lo prometido 

aunque salga perjudicado; 

que presta dinero sin ánimo de lucro, 

y no acepta sobornos que afecten al inocente (Salmo 15:2-5). 

El versículo 2 puede tomarse como un encabezado que resume lo que va a desglosar a continuación: “Sólo el de conducta intachable, que practica la justicia”. 

Solo la persona cuyo camino es impecable y cuyas acciones están caracterizadas por la justicia puede morar cerca del Señor. Ambos términos se complementan. La justicia se refiere a una vida que se apega a las demandas de Dios con respecto a nuestro prójimo; en eso consiste una vida intachable, irreprensible (ver Prov 28:18 y Sal 84:12). 

“y de corazón dice la verdad; que no calumnia con la lengua” (Salmo 15:3). La sinceridad plena, que nace del corazón, se contrasta con las calumnias que proferimos contra otras personas. Los pecados de la lengua son subrayados por ser más frecuentes y a menudo, mucho más dañinos. Y, sin embargo, son tan comunes en la vida de los cristianos (Jer 9:4-5; Zac 8:16; Ef 4:25; Sant 3:1-12).  

“que no le hace mal a su prójimo” (Salmo 15:3). Esta es una expresión más genérica, y más amplia, que abarca todo tipo de mal. Aquí en particular, por el contexto, indica los pecados de la lengua (Lev 19:16, el chisme es un atentado contra la vida del prójimo). Por ello, se debe evitar cualquier palabra o acción que perjudique al prójimo.  

Pensemos en las redes sociales: ¡cuánta mentira, calumnia y difamación se escriben en ellas!  ¡Y cuán a menudo participamos en ello!  

“ni le acarrea desgracias a su vecino” (Salmo 15:3). “No difama ni injuria al vecino” (Biblia del Peregrino). Pensamientos, palabras y acciones que le hacen daño a nuestro prójimo deben evitarse a toda costa. Sin duda, requiere un autoexamen profundo de nuestra conducta. 

“que desprecia al que Dios reprueba, pero honra al que teme al Señor” (Salmo 15:4). Tal como aparece en el Salmo primero (v.2), una clave del sabio para caminar en la vida es asociarse con quienes “temen al Señor” y no prestar atención a quienes Dios reprueba, es decir, a aquellas personas cuya vida moral es contraria al camino que Dios nos marca en su Palabra.  

“que cumple lo prometido aunque salga perjudicado” (Salmo 15:4). A menudo hacemos promesas y juramentos que después nos damos cuenta de que no nos benefician o incluso nos perjudican. En esas situaciones, es fácil retractarse y dar marcha atrás. Estas palabras resaltan a la persona que, aún en circunstancias adversas, cumple con su palabra de manera íntegra (Lev 5:4). Como nos enseñó Jesús: “Cuando ustedes digan “sí”, que sea realmente sí; y cuando digan “no”, que sea no. Cualquier cosa de más, proviene del maligno” (Mt 5:37). 

“que presta dinero sin ánimo de lucro” (Salmo 15:5). Las prácticas comerciales caen también bajo la lupa. Estas pueden aplicarse tanto a los usureros profesionales (bancos, casas de préstamo, oficinas que adelantan préstamos sobre el salario) como a las personas que prestan con altos intereses en detrimento de quien pide el préstamo. 

Por ser una práctica común, el Antiguo Testamento se refiere a ella en muchos lugares (Éx 22:24; Lev 25:37; Deut 23:20; Ez 18:17; Prov 28:8). Nehemías 5 es un caso ilustrativo: las personas se endeudaban para poder comer, para pagar tributos al gobierno, perdían sus tierras y se vendían como esclavos. Nehemías llama a los señores del dinero para que devuelvan los intereses y restauren las tierras perdidas. ¡Qué desafío para los grandes usureros internacionales y nacionales! 

“y no acepta sobornos que afecten al inocente” (Salmo 15:5). Esta prohibición se refiere al ámbito judicial. Véanse los muchos versículos que condenan estas prácticas (Ex 22:12 y 23:8; Deut 16:19 y 27:25; Prov 17:23; Is 5:23; Miq 3:11). Describe a personas que reciben dinero para inclinarse por una persona (abogados), para hacer declaraciones falsas (testigos comprados) o bien a jueces que, por soborno, inclinan la balanza a favor del mejor postor. A veces hasta lo disfrazan de obsequio (Prov 15:27). 

“El que así actúa no caerá jamás” (Salmo 15:5). Esta afirmación contundente resume los requisitos éticos de la persona que puede morar en la presencia de Dios. La estabilidad de la vida que se vive responsablemente en las relaciones interpersonales es afirmada y recomendada. La persona que vive con integridad y justicia, y las hace manifiestas en los diversos ámbitos en que se desempeña, tiene una estabilidad notable.  

Ante la constante tentación de sustituir la falta de integridad y justicia con el culto del domingo, el Salmo 15 nos recuerda que si hemos de presentar al Señor una adoración que le sea aceptable, es indispensable respaldarla con una vida de integridad y justicia. 

Ese mensaje fue repetido por los profetas (Is 1:10-20; Jer 7:1-20; Os 4:1-19; Am 5:21-27) y por Jesús (Mt 23).  Si bien la conducta de Judá e Israel durante la monarquía era una clara violación de la ley de Dios, resulta sorprendente ver que la nación había logrado mantener una "paz" interior y una falsa seguridad en sí misma gracias a su abundante religiosidad externa. El formalismo religioso había sustituido la práctica de la santidad demandada por Dios, que debía expresarse no solo en el culto, sino también en la vida comunitaria. 

A pesar de las graves injusticias, que eran el pan de cada día en la sociedad israelita, existían una gran seguridad y confianza, falsas por supuesto, que hacían permanecer a muchos impasibles e indiferentes ante las denuncias proféticas y ante el juicio histórico que se les avecinaba, y que era anunciado constantemente por los profetas del Señor.  

La falsa confianza se apoyaba en dos cosas:  

En primer lugar, el culto y las observancias religiosas que eran guardadas escrupulosamente, y que se usaban como sustitutos de una justicia y rectitud genuinas. 

 En segundo lugar, la elección y las promesas del pacto, que el pueblo manipulaba, subrayando los compromisos y promesas de Dios hacia ellos y olvidándose de su responsabilidad de obediencia al Señor y servicio a su prójimo (ver Miq 3:9-12). 

Dios, por medio de sus profetas, denunció esta hipocresía y combatió su falsa confianza, llamando a la nación a un verdadero arrepentimiento, que consistía no solo en volverse a Dios dolidos por su maldad, sino también en restaurar el daño cometido contra sus hermanos (tal como lo haría Juan el Bautista en su predicación, según leemos en Lucas 3:1-20).   

De esta manera, Dios da a su pueblo de todos los tiempos una lección fundamental: el culto religioso que damos a Dios en el templo, si no está respaldado por una práctica de vida marcada por la justicia, la equidad y el amor a nuestros semejantes, es una abominación ante el Señor (como lo dice elocuentemente Isaías 1). 

Cuando Israel quiso basar su confianza en sus prácticas religiosas y en la elección divina, y descuidó sus deberes morales y sociales hacia sus semejantes, es decir, cuando Israel divorció la ética social del culto y quiso sustituir con este último su responsabilidad hacia sus semejantes, la reprensión divina no se hizo esperar: 

Aborrecí, abominé vuestras solemnidades, y no me complaceré en vuestras asambleas. Y si me ofreciereis vuestros holocaustos y vuestras ofrendas, no los recibiré, ni miraré a las ofrendas de paz de vuestros animales engordados. Quita de mí la multitud de tus cantares, pues no escucharé las salmodias de tus instrumentos. Pero corra el juicio como las aguas, y la justicia como impetuoso arroyo (Amós 5:21-24). 

Jesús encontró el mismo fenómeno en sus días (ver Mt 23) y lo consideró un serio obstáculo para su propia misión y la de sus primeros discípulos.  

Dada la formalidad religiosa de nuestras comunidades evangélicas a lo largo del continente, y al fenómeno que Norberto Saracco llama "la nueva religiosidad evangélica" (representada por los crecientes e influyentes grupos neo-pentecostales), que privilegia las prácticas cúlticas (alabanza, oración, glosolalia, unción o soplo) como aquellas que definen la verdadera espiritualidad, debemos recuperar esta dimensión de la vocación profética para llamar a nuestras propias iglesias al arrepentimiento y a la práctica de una misión que responda a los múltiples desafíos de nuestras sociedades.  

Así pues, vemos en el Salmo 15, así como en la Ley y en los Profetas, un llamado a realizar el culto de adoración con integridad: haciendo justicia a nuestros semejantes en todas las áreas de la vida. Si bien es cierto que el gran mandamiento consiste en "amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas y con todo el entendimiento", también es cierto que es imperativo "amar al prójimo como a uno mismo". De hecho, el cumplimiento del segundo es prueba irrefutable de que obedecemos al primero, pues "el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?" (1 Jn 4:20). 

Recomendamos

El himno 499: “Señor ¿quién entrará?” del Himnario Santo, Santo, Santo. Cantos para el pueblo de Dios.